Héctor Andrés Parra, estudiante de Grado 11, en el Liceo Navarra, nos envía este escrito.
De
la “razón profunda” surge el sentimiento, que no despierta el ilusorio material,
la sed, el hambre, el frío. Desesperación, degenerada preocupación, por algo
tan difuso e indefinido; el futuro presagia dolores y no importa el bien
conocido. Sigo aquí meditando, ignorando su muerte, la del presente desahuciado
por el instante siguiente; es otro batallón perdido, otra guerra que no gané;
irresoluto, perdí a esos hombres con el título de minutos. Y a medida que se
acerca, el que hace rato fue pero sigue siendo futuro, con su fractal maldición
para mi humana conciencia, persevera e inquieta mi fibra más cuerda. Ahh!!!
errado cálculo egoísta, utópico y simplista; te abandonaría como los átomos
abandonan a las estrellas, si no fueras ahora mi mejor vista. Porque doloroso
es el amor, hacia una mujer, una poesía o
a una sensación, éxtasis culpable de la convivencia con los semejantes, hoy
sonreímos, somos perdonados por los problemas. Más se vengan de esta
arrogancia; que conociendo nuestra incompetencia nos designamos caballeros y
lanzas a la vez, sin el honor de ser rey o nuestro propio juez. Condenado por
mi limitación dictada por mi propia o una
cósmica resolución, busco en vano la respuesta, ¿quién habrá de encontrarla?, ¡¿quién
sería digno de tal proeza?! ¿Cómo puedo conciliar la instintiva seguridad, con
el volátil y explosivo amor, del que necesitamos tanto calor?, ¿es que es
sinónimo de dolor? Solo me queda intentar, ver si la tortuga alcanza al orgulloso
Aquiles, que bien pueda estar enfrente, ¡pero falta la mitad! Y así debo
continuar, apropiándome de este dilema, en nombre de cualquiera, cualquiera que
se preguntara, si algo conectara a su alma con la ajena, y más, si el júbilo se
transmutara en pena. Por si la isomorfía no fuera evidente, todos entienden esa
geometría, el camino más corto no es una línea, si no hay dos puntos que no
sean uno. Desdeñando la necia idea de hallar la verdad, es menester
reconsiderar, que el espejo no determina el objeto, y la belleza solo la ve
quien quiera ser hereje y ubique uno que enfoque lo que no busca, porque
obtiene las mejores vistas. Así es como he fatigado mi mente, a sabiendas del
enemigo enfrente, fascinado por aquel admirable inepto que no teme, a su
futuro, su futuro implacable; y por el furor de nuestra idiotez al lado de la
pasiva solidaridad. Armado voy con mi cuasi-verdad, bien sea el tiempo o no una
realidad, dejo a la ciencia esa enorme nimiedad; que bajo “una razón profunda”,
un enorme agnosticismo y un momento de vicio, he forzado a mis palabras en un
poco de prosa lírica, con una ambigua y rústica técnica, que no tuvo la
intención de ser cínica y me hizo perder otro batallón.
Yako
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